viernes, 6 de octubre de 2017

Dejen de insultar y llamar puta, cabrón, ladrón...Que no nos digan que no es posible. Siempre es posible. Y nunca es tarde



Leo esta mañana este artículo y remediablemente me vienen a la cabeza imágenes de las elecciones de nuestro pueblo.

El insulto, el descaro, ser verdulero, menospreciar, escupir, amenazar, jugar sucio y sobre todo, no dejar vivir en paz. Esto pasa en Carboneras. A veces las corrientes van subterráneas, en otras ocasiones, van de frente; pero no es de juzgado de guardia que llames puta, cabrón, ladrón... y demás rosario de improperios y barbaridades que he llegado escuchar contra muchos de nuestros gobernantes, por el simple hecho de no pensar como ellos. Hasta un gesto, de lo más provocador, que tuvo el actual alcalde con la concejala del PSOE, Pepi Cruz, en el Pleno de investidura, cogiéndola de la mano; o mandándola a callar en otro; o lo que tienen que escuchar en la bancada socialista de la tía del alcalde, por ejemplo en estos momentos actuales; o lo que hubo en años anteriores; si ya es hora de hablar claro... o... o... pero lo que es peor, es que hay familias enfrentadas por la política y hermanos y tíos que no se hablan desde hace más de 20 años.

El orgullo carbonero es demostrar que La Mar Divina y Carboneras enamora. Lo bueno de Carboneras es que nos conocemos todos, sabemos de dónde venimos, y cómo actuamos. El modus operandi de las familias que siempre barren para ellos y son capaces de escupir y atropellar para conseguir egoístamente lo que desean, sin importarles si es bueno o malo para un pueblo y sus hijos.

Y hasta el más humilde tiene su padre o su madre que sufre cuando escuchan llamar a su hijo o hija, a su vecino o vecina, a su tío o tía lo más denigrante que puede escuchar una persona.

Carboneras necesita pasar página, y sacar pecho de un pueblo que tiene un sinfín de oportunidades económicas, geográficas, físicas, sociales, culturales para ser uno de los pueblos más productivos de Andalucía. Ser oposición o gobernante no te da derecho ninguno a insultar o pasarte por el arco del triunfo las leyes, las normas o aquello que llaman igualdad para todos. 

Llevamos años de parón, de retroceso, de crisis institucional y de identidad, de paro entre los jóvenes, de falta de proyectos ambiciosos, de deterioro y falta de mantenimiento de las calles del pueblo, de falta de criterio y de ética a la hora de contratar las empresas proveedoras... Lástima que no se den cuenta que un pueblo de menos de 10.000 habitantes si todos reman en una misma dirección, se puede conseguir dar brillo, porque ha habido otras épocas que hemos sido la envidia de Andalucía. Porque el que no trabaja por su pueblo y barre para los bolsillos de los suyos, no quiere a Carboneras.

Os dejo el artículo de la alcaldesa de Hospitalet, Nuria Marín. Merece la pena pararse 10 minutos y leerlo, y reflexionar.

HABLEN DE UNA VEZ
NURIA MARÍN

Las ciudades han sido desde siempre actores necesarios en la resolución de conflictos, y la actual crisis institucional por la que atraviesa nuestro país no debe ser una excepción. Esta cua­lidad se ha puesto de manifiesto incluso en momentos mucho más críticos del que nos ocupa. En febrero de 1991, el entonces alcalde de Atenas, Adonis Tritsis, cogió un avión hasta la capital jordana, Ammán, y atravesó el desierto en coche hasta Bagdad. Allí, en plena primera guerra del Golfo, se encontró con el alcalde de la castigada capital iraquí para decirle que no había hecho aquel peligroso viaje para discutir las razones por la que sus dos países estaban en guerra. Sólo quería transmitirle que los ciudadanos de Atenas no estaban en guerra con los de Bagdad. Este episodio, que no se cansaba de relatar el exalcalde Pasqual Maragall, inspiró a este último los puentes de solidaridad que Barcelona tendió a la asediada ciudad de Sarajevo aprovechando el escaparate internacional que le proporcionaban los Juegos Olímpicos de 1992.
El gesto de Tritsis fue una muestra de grandeza de un alcalde que entendía que, si bien su homólogo iraquí estaba en el otro lado de un conflicto generado por los estados, la realidad era que en el fondo ambos estaban en el mismo lado. Representaban a dos ciudades que comparten los mismos problemas. El exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg solía ilustrarlo diciendo que “los presidentes pontifican sobre principios mientras los alcaldes recogen la basura”.

Catalunya está en estos momentos encallada en una lucha ideológica sobre la identidad nacional. Como hizo Tritsis, es hora de que los alcaldes nos miremos a los ojos y aparquemos la discusión sobre quién tiene razón. Los alcaldes somos quienes debemos iniciar el camino a la conciliación y poner en valor lo que nos une por encima de lo que nos separa. Tras el conflicto llega el momento de la política, y no hay mejor manera que iniciar la política, que significa diálogo y acuerdo, desde las ciudades. No en vano fue en las ciudades donde empezó la política y la democracia. El pragmatismo y la capacidad de resolución de problemas de los alcaldes es el gran camino a la hora de desencallar el conflicto e iniciar el diálogo.
Esto es lo que hizo también Theodor Kollek, alcalde de Jerusalén entre 1965 y 1993. En ninguna otra parte del mundo las tensiones identitarias son más complicadas que en Jeru­salén, pero Kollek, judío de origen húngaro, hizo una apuesta decidida por la conciliación. ­Decía que ser alcalde de Jerusalén no era la misión más importante, pero era más difícil que ser primer ministro de Israel. Tenía razón.
Si Kollek luchó por mantener la convivencia en la ciudad más conflictiva del mundo, los alcaldes catalanes también podemos seguir ahora su ejemplo. Ser alcalde de l’Hospitalet o cualquier otra ciudad no es por supuesto la tarea más importante en Catalunya, pero efectivamente es más difícil que la de los presidentes de la Generalitat y el Gobierno, porque en las ciudades se viven las tensiones, se edifican y destruyen las convivencias y, como dice Bloomberg, es donde se recoge la basura.
Los alcaldes, soberanistas o no, nos debemos por encima de todo a nuestros ciudadanos. Para eso nos eligieron, para atender sus problemas, mejorar su calidad de vida y, en suma, para recogerles la basura, que no entiende de ideologías y debates identitarios, pero sí creo que tenemos la obligación en estos momentos difíciles de ponernos a disposición del diálogo. Nunca es tarde para el diálogo. Ya lo demostraron los alcaldes franceses y alemanes que hermanaron sus ciudades tras la Segunda Guerra Mundial, el mayor conflicto bélico que ha vivido el mundo. Las ciudades continúan siendo la gran esperanza de la democracia. Ahora toca demostrarlo.
Aunque nuestra misión como alcaldes es importante, no tenemos papel en esta negociación más allá de insistir en ella. Son nuestros dirigentes quienes ahora deben tener la iniciativa. Los presidentes Mariano Rajoy y Carles Puigdemont deben dejar de ser responsables de esta crisis para pasar a ser corresponsables de su solución.

Exijo a los dos, gestos de altura. Por un lado, parar la declaración unilateral de independencia, y por el otro, la no aplicación del artículo 155 para la suspensión de la autonomía. También exijo como punto de partida de la mesa de negociación la restitución del Estatut del 2006, aprobado por el Parlament, el Congreso y los ciudadanos de Catalunya en referéndum. Asimismo, restituir los acuerdos alcanzados entonces sobre competencias, financiación e infraestructuras. Este debe ser el punto de partida para un futuro acuerdo que deberá ser votado en las urnas.
Ya lo hemos dicho, no es hora de hacer nuevas listas de agravios. Si no pasamos esta pantalla no avanzaremos. Los ciudadanos viven con angustia y tensión esta situación en la calle, en el trabajo y en sus casas. Si los alcaldes somos capaces de hallar puntos de acuerdo para superar los conflictos en nuestras ciudades, con mayor razón pueden y deben hacerlo nuestros dirigentes. Los alcaldes gestionamos el acuerdo cada día. Que no nos digan que no es posible. Siempre es posible. Y nunca es tarde.