Y nos dejó Marín Marín García. Una de nuestras lectoras nos lo ha recordado, ya que él era uno de los grandes amantes de Carboneras. Marín Marín García seguí a orgullo carbonero porque deseaba siempre los mejores proyectos de futuro para nuestro pueblo. Una gran persona, con una calidad humana fuera de lo común, una visión de la vida mágica y maravillosa, según las personas que le adoraban. Tuve la suerte de cruzar alguna palabra con este mago de la poesía a través de correos internos, pero siempre se recordará como un gran señor, un gran caballero.
De su biografía de este murciano, que escribió "Dulces reflejos de un pueblo" (a Carboneras, Almería), se distingue haber sido honrado de un título emérito por la Biblioteca Internacional de Francia en 1998. La Sociedad Internacional de Poetas de Estados Unidos le nombra poeta del año 2000, donde es denominado poeta emérito y miembro de honor de la Sociedad en 2000. Era miembro de la Asociación Mundial de Escritores de Castrocalbón (León) en 1997. Y queda incluido en el Diccionario Internacional de Biografías (Cambridge, 2000), en honor de una destacada contribución en el campo de la poesía.
"La Presidencia y la Junta Directiva de la Asociación Internacional de Escritores y Artistas (IWA) lo han seleccionado para ser miembro de esta asociación por sus destacados méritos literarios, intelectuales y artísticos, como también humanísticos".
Según una crítica literaria del profesor Miguel Galindo, Dulces reflejos de un pueblo es fundamental folclórico, en el sentido noble de cantar lo autóctono de un pueblo. Entendido así, tras la lectura del libro, obtenemos una descripción de las costumbres, festejos, festividades, iconos, mitos y símbolos de Carboneras. El poeta lo anuncia con claridad en el título: “reflejos”; la dulzura la pone Marín en su canto estimativo, positivo, optimista y, ciertamente, “dulce”.
El primer poema ya lo declara, “Felicidad”, y también en la sección final, dedicada a la escultura “El abrazo”, que preside la entrada a las edificaciones portuarias en el pueblo. Su homenaje es de índole sentimental, pero esforzadamente formal en cuanto indaga en formas clásicas como el soneto, la rima consonante, la prosa rítmica y, por otro lado, formas populares: romances, rimas asonantes, estribillos, sevillanas, fandangos. Sin saberlo Marín Marín coloniza Carboneras desde las raíces de la poesía andaluza, proyectando líricamente el andalucismo general con las costumbres carboneras. Así, sus poemas* al Camposanto, a la Isla de San Andrés, al faro de Mesa Roldán, a San Antonio, patrón de la localidad; desde el “viejo molino” a la “chimenea gigantesca” (de Endesa), que también preside una preciosa vista de entrada al pueblo. Pero también con profunda conciencia social canta al barrendero, al cabrero, al guitarrista, al pescador. Finalmente obtenemos un friso genealógico, “Los genes”, que radiografía y escanea (valga el neologismo técnico-médico) un pueblo reencontrado en su memoria y que emana perfumes dulces de amor.
Le dejamos con una de sus letras:
Y ya no me esperas,
y ya no me esperas,
mi amor, ya te fuiste
dejando tu huella,
que triste es mi pena.
Y en el corazón
espinas sangrientas
rompen el tiempo
del viejo reloj,
de la eterna ausencia.
Llegando la noche
camina el silencio,
de todo un pasado
de luchas y goce,
y tanto recuerdo.
Y a mí me consuela
llevar tu cariño,
de tanto que fuiste
junto a mi vera,
de amor infinito.